La Hermana Cristófora Ostermann era una joven y feliz Hermana de la Congregación de la Caridad Cristiana, que había contraído esclerosis múltiple. La enfermedad avanzó tanto que el 13 de mayo de 1955, con las piernas paralizadas, fue trasladada en ambulancia desde Paterborn al hogar para enfermos que las Hermanas tienen en Wiedenbrück, para morir. Estaba desahuciada.
A pesar de esto, todas las Hermanas de la Provincia Alemana, y la misma Hermana Cristófora rezaron con gran confianza a la Madre Paulina para lograr la recuperación.
En una semana la Hermana Cristófora cumpliría 29 años. Dios mediante, para ese entonces El la habría curado por medio de la Madre Paulina.
El día después de su llegada a aquel lugar, la Hermana Cristófora estuvo intentando tomar su Nuevo Testamento. Lo necesitaba para hallar valor e inspiración. Pero su enfermedad dificultaba tal movimiento. Lo hizo después de un verdadero esfuerzo, y ella estaba muy débil. A las 2:30 había abierto el libro pero tuvo que poner toda su energía en leer porque sus ojos estaban también afectados.
Lentamente encontró el lugar. Era San Marcos, capítulo 11, versículos 22-26. Jesús les dijo: “Pongan su confianza en Dios”.
La Hermana Cristófora tuvo una clara sensación, como si esas palabras hubieran estado dirigidas a ella. Continuó leyendo: “Os aseguro que quien dijere a ese monte: Quítate de ahí y arrójate al mar, y no titubeare en su corazón, sino creyere que lo que dice se hace, lo alcanzará. Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y lo tendréis. Y cuando os pongáis a orar; perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestros pecados”.
Luego, la Hermana oró, tratando de seguir las palabras que acababa de leer. “Señor, tu eres el mismo hoy que entonces. Tus palabras fueron verdaderas no sólo para los discípulos sino que también lo son hoy. Dame la fe que necesito.”
Volvió a seguir leyendo. Volvió a rezar. “Señor, estas son tus palabras. Sí, creo.”
Luego fijó los ojos en las palabras “perdonad, si tenéis algo contra alguien”, “perdono a todos de corazón”, llamó a la Madre Paulina, una y otra vez.
Las palabras de la Madre Paulina: “Dios se deja vencer por la oración” continuaban sonando en su mente, junto con dos palabras especiales que había pronunciado el Obispo Baumann, ya fallecido. El había hablado de “fe temeraria”, y en eso pensaba ella constatemente.
Una y otra vez repetía: “Sí, creo.”
De pronto, se sentó erguida. Le urgía caminar. Sabía que podía caminar . Salió de la cama y dio unos tres pasos hacia la ventana.. todo por sí misma. Luego recordó que se le había dicho, que no se levantara sola, así que volvió a la cama y continuó rezando.
Rogó a Nuestra Señora que le pidiera a su Hijo diera esta alegría a la Madre Paulina, y puso todo en sus manos. “Por favor Madre María, manda una Hermana a mi habitación a las 3 hs.”
A las 2:55 se oyó un golpecito en la puerta. La Hermana Julieta abrió silenciosamente. - sólo quería ver si hay algo que pueda hacer por usted, Hermana Cristófara,- le dijo.
Para sorpresa suya, la paciente le respondió contenta: -Hermana Julieta, por favor llame a la enfermera. Quiero levantarme. Sé que puedo levantarme.
La Hermana Julieta la miró asustada, pero guardó silencio. Salió rápidamente y al cabo de unos minutos la enfermera, Hermana Quiriona, estaba junto a la cama. Cuando escuchó la solicitud de la Hermana Cristófara, en primer lugar pensó que la enfermedad le había afectado el cerebro. Pero finalmente, cedió.
La Hermana Cristófara estaba muy débil por su larga enfermedad, pero, con ayuda de la enfermera, caminó a uno y otro lado de la habitación.
La Hermana Quiriona miró detenidamente las piernas de la Hermana. Ya no había temblores ni convulsiones, su color era normal, ¡y la parálisis había desaparecido por completo! ¡La Hermana Critóforo estaba curada!
Pronto vino la Hermana Belina, que era la superiora. La Hermana Quiriona le mostró lo que había sucedido. Ambas se dieron cuenta que algo extraordinario había acontecido.
Entonces, la Hermana Cristófora fue a la capilla con la Superiora y la enfermera, y las tres dieron gracias a Dios por su bondad y su misericordia.
De alli fueron a telefonear a la reverenda Madre Matilde en Paterborn y le contaron la sorprendente noticia.
El sólo hecho de oir a la Hermana Cristófora, en persona, contar la historia por teléfono asombró a la Reverenda Madre.
Al otro día domingo, la Hermana Cristófora asistió a la Santa Misa, y, de tarde, a la Bendición. No se sintió cansada, ni tuvo dolor alguno.
Hoy, 31 años después, está aún muy activa en el departamento de tejido del Hogar de Ciegos en Paderborn.
A muchos de los peregrinos que asistieron a la beatificación les tomó medidas para confeccionar sweters; y ellos quedaron admirados al conocerla.
El milagro de su curación fue examinado y comprobado por 3 comités separados, integrados por médicos, teólogos y cardenales. Los 7 médicos unánimemente dieron fe de la autenticidad de la curación después de examinar todas las pruebas. A su vez, los teólogos y cardenales también la aceptaron. Finalmente s.s. el Papa Juan Pablo II la aceptó.
Cuando en Roma le fue presentada la Hermana Cristófora, él le dirigió una maravillosa sonrisa. Sí, la Hemana Cristófora fue curada en forma instantánea mediante la intercesión de la Madre Paulina. No cabe duda que Paulina von Mallinckrodt está en el cielo.
Fue así que aquel encapotado y ventoso día de abril, la impresionante procesión de sacerdotes, obispos y el Santo Padre llegaron al altar al aire libre, a las puertas de la Basílica de San Pedro, para comenzar la Santa Misa.
Solemne y gozosamente, el coro especial de San Pedro denominado Schola, a cuatro voces, compartió alternativamente con los peregrinos los cánticos de la conocida Misa de los Ángeles.
Después del Kyrie (Señor, ten piedad), el Arzobispo Degenhart, de Padeborn, y el Obispo Cella, de Frentino, por separado, solicitaron a nuestro Santo Padre proclamara la beatificación de Paulina von Mallinckrodt y de Caterina Troiani (la Religiosa Beatificada junto a Madre Paulina).
Fuente: “La mujer que nadie pudo detener”
La Hermana Cristófora Ostermann fue curada de la esclerosis múltiple instantáneamente el 14 de mayo de 1955.